Pintado por Salvador Dalí en 1951, este óleo sobre lienzo está considerado como una de las obras más impresionantes del pintor español. Igualmente, es quizás la más espectacular de las crucifixiones pintadas a lo largo de la historia, si bien no es totalmente original.
Su "originalidad" radica en la perspectiva, sin embargo, Dalí se basó en un cuadro realizado por San Juan de la Cruz (conservado en el Monasterio de la Encarnación de Ávila).
Más allá de mi admiración por Dalí, y más allá de cualquier creencia religiosa, estamos ante una obra maestra de la pintura. Lástima que para verla insitu tengamos que irnos hasta el Museo Kelvingrove, en la ciudad escocesa de Glasgow.
Como curiosidad, Dalí prescindió de uno de los elementos más dramáticos de una crucifixión: los clavos y la sangre.
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